Contra los festivales
«El presente de un festival al uso de nuestro tiempo: Sonido entre regular y malo, carteles que se repiten año a año, ninguneo de los grupos medianos y pequeños y aglomeraciones»
JOSÉ MANUEL SEBASTIÁN
Un par de días antes de la batalla de Waterloo, Napoleón tenía prácticamente derrotado a Wellington. Esa jornada se había saldado con una sonora victoria de las tropas francesas frente a la prusianas en Ligny dejando a los ingleses de Wellington en una situación muy apurada. Era clave que prusianos e ingleses unieran sus fuerzas frente a Napoléon porque por separado no hubieran tenido nada que hacer. A duras penas, Blucher, el general prusiano, escapó con gran parte de su ejército intacto y Napoleón pensó que con mandar al mariscal Grouchy a perseguirlo conjuraba el peligro. Waterloo iba a ser un trámite. Pero Blucher apareció una vez iniciadas las hostilidades en la batalla decisiva y desniveló a favor de los aliados el resultado del combate. Napoleón subestimó a Blucher, pensó que lo tenía controlado, que los acontecimientos estaban virando a su favor. A veces la derrota viene por donde nadie lo hubiera imaginado, como los prusianos de Blucher.
Nosotros subestimamos a los festivales. Allá por mediados de los 90 nos parecían una magnífica idea. Todavía lo son, no cabe duda. Por un precio razonable podías ver a muchos grupos a los que no hubieras visto en las salas de tu ciudad. Bien porque no iban a venir jamás o bien porque, simple y llanamente, no los conocías. Y está claro que la mejor manera de descubrir a una banda es encima de un escenario. Es en ese contexto cuando todo cobra sentido. Era muy emocionante ir a Benicassim en los 90. O al Festimad o al Espárrago o, incluso, a un primerizo Sonar. Recuerdo con con mucho cariño el FIB del 98. Fue irrepetible, por mi momento vital y por el irreal cartel que tuvo. Björk, a la que acompañó Raimundo Amador para hacer “So broken”, Sonic Youth, Yo La Tengo, Tortoise, Mogwai, PJ Harvey, Super Furry Animals, Tindersticks, Jesus & Mary Chain, Primal Scream, Spiritualized, Fatboy Slim, Goldie, James Lavelle antes de ser UNKLE, Teenage Fanclub, Luna, Placebo, Saint Etienne, Manta Ray, La Habitación Roja, Los Planetas,… Todos ellos en bastante buena forma, un poco lo contrario de lo que ocurre ahora. Seguramente se podría hacer un cartel hoy en día con casi todos ellos y el resultado artístico no sería, ni mucho menos, tan relevante.
«Un artista extranjero prefiere el caché que le da un festival que le pide exclusividad y ni se molesta hacer gira por España»
Tomemos el ejemplo de Yo La Tengo. El trío de Hoboken no falla en directo así que en 2019 seguramente darían un excelente bolo, como el que ofrecieron en la Costa del Azahar en 1998. Sin embargo, este último tuvo un valor añadido. En 1998 Yo La Tengo venían de hacer su mágica trilogía, la tríada de discos más importante del indie estadounidense de la última década del siglo XX. Cuando salieron al escenario principal a la caída de la tarde de primer día del Benicassim 1998 sus últimos tres trabajos eran, “Painful” (1993), “Electr-o-pura” (1995) y “I can hear the heart beating as one” (1997). Creo que la simple enumeración de estos títulos habla por sí sola.
Eso es el pasado. El presente de un festival al uso de nuestro tiempo es muy distinto. Sonido entre regular y malo, carteles que se repiten año a año y festival a festival, ninguneo de los grupos medianos y pequeños y aglomeraciones tan desagradables como, en ocasiones, potencialmente peligrosas. A esto le debemos añadir que, muchas veces, un artista extranjero prefiere el caché que le da un festival que le pide exclusividad y ni se molesta hacer gira por España. En los 90 los macro eventos festivaleros complementaban al circuito de las salas. Hoy las condenan a un segundo o tercer plano.
Desde el punto de vista de los músicos la cosa no mejora demasiado. Si no haces música épica, tarareable por las masas, no vas a los festivales. O si vas, te ponen a la 4 de la tarde, que es como si no hubieras ido porque además te suelen pagar una miseria. Tu refugio son, deberían ser, las salas. El gran inconveniente es que han entrado en crisis entre otras cosas por el auge de los festivales. Por lo tanto, te quedas en una situación límite. Algunos intentan pasar por el aro y lo consiguen. Otros insisten en seguir su camino y lo consiguen. La inmensa mayoría fracasa tarde o temprano.
Los festivales son como los prusianos de Blucher. No sabemos ni cómo han terminado por presentarse y aquí los tenemos. Napoleón está a punto de ser derrotado de manera definitiva y las testas coronadas seguirán reinando en Europa un siglo más. Todo parecía que iba a cambiar solo dos días antes.
Igual que en los 90.