Dejad a los muertos en paz
ALFONSO CARDENAL
La de cosas que un tipo hábil puede hacer con suficiente tiempo y un ordenador. A Kevin Spacey lo eliminaron digitalmente de su última película. Lo sustituyeron por Christopher Plummer, tan buen actor y con menos tendencias por los niños pequeños. La princesa Leia también apareció en Star Wars después de irse de este mundo. Y a Scarlett Johansson la metieron en un vídeo porno usando un programa informático que puso su cara en el cuerpo de otra actriz. La tecnología permite todas estas cosas y ahora llega a la música. Frank Zappa, fallecido en 1993, vuelve a los escenarios. Será un holograma. Toma ya. El caso de Zappa tampoco debería sorprender: han salido más discos suyos tras su muerte que en vida. Las muertes de los músicos, de los artistas en general, los eleva a una nueva dimensión, una dimensión que resulta ser una fantástica fuente de ingresos.
Lo cierto es que los músicos valen más muertos que vivos. Cuando fallecen, más aún si es de forma dramática o repentina, su obra se reedita, vuelven a las listas de éxito y se multiplican las escuchas de sus canciones en Spotify y la venta de sus discos en Amazon. La muerte de Dolores O’Riordan aumentó más de un 900.000% la compra de los álbumes de Cranberries a través de Internet. Todo resulta legítimo y hasta razonable. El problema llega después de unos años, cuando la máquina ha dejado de rodar y necesita gasolina. Ahí entramos en el “todo vale” y ahí entra ahora la tecnología y el chaval hábil con el ordenador adecuado.
Todos echamos de menos a Jim, a Janis, a John y a George, a Marley y a Hendrix. A muchos. Todos hemos jugado a eso de elegir a la banda que nos hubiera gustado ver. Ahora es posible. ¿Qué nos separa del día en que podamos ver con nuestros ojos a los Beatles sobre la azotea? ¿O a Sinatra cantando en la boda de nuestro vecino rarito? Igual es una jodida maravilla y se abre un abanico inmenso de posibilidades. ¿Cohen en la Isla de Wight? ¿Los Stones en High Park? ¿Otis en Monterey? Igual sería un éxito. Aunque también podría degenerar, dada la tendencia humana a joderlo todo, en Elvis bailando Despacito. Quizá cada persona tuvo su momento, su vida -breve o larga- y su época. Tal vez nada de esto, por muy apetitoso que suene, tenga sentido. Puede que lo mejor sea dejar a los muertos en paz.