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Alcalá Norte, guardianes de la autenticidad de barrio

La banda de Ciudad Lineal presenta su primer disco en directo los próximos 26 (sold out) y 28 de abril en El Sótano

 

MARÍA CANET

Hay vida más allá del centro. Lo saben bien los vecinos y vecinas de San Blas, Canillejas o Barrio de la Concepción. Allí los niños intercambian cromos en la plaza de Quintana los domingos por la mañana; los adolescentes terminan sus primeras litronas en los bancos del parque Calero; las bravas del Docamar poseen el carácter sagrado del angelus. Ese paisaje de asfalto y ladrillo, hijo del desarrollismo franquista, es el germen de Alcalá Norte, banda formada por Jaime Barbosa (batería), Álvaro Rivas (voz), Juampi (guitarra), Pablo Mendoza (guitarra), Pablo ‘Admin’ (bajo) y Laura de Diego (teclados), que acaba de lanzar su primer disco (homónimo, Balaunka, 2024). Un debut que les señala como una de las propuestas a destacar dentro del rock madrileño, una escena en auge con bandas como Biznaga, Tiburona, La Paloma, BRAVA o Cometa.

Alcalá Norte tienen la M-30 como trinchera y Ciudad Lineal como nación. “Hasta que el poder no estuvo en el barrio, todo lo que no era música no funcionaba”. Ese distrito, “con forma de jamón”, vertebrado en torno a la calle Alcalá, conserva como pocos la autenticidad de barrio casi extinta en un Madrid devorado por la gentrificación. Una autenticidad que late en las composiciones de la banda que a nivel melódico bebe del punk rock ochentero (Parálisis Permanente, Golpes Bajos) o la luminosidad del britpop (Oasis, Blur) y que, junto al deje chulesco de Rivas al cantar a lo Toño Martin (Burning) —“son una de nuestras bandas favoritas y además eran del barrio”— conforman el genuino carácter de un conjunto que tiene referentes tan dispares como The Cure, Goethe o el urbanista Arturo Soria: “queremos completar los 40 kilómetros que proyectó originalmente (sólo hay 5 construidos). Cuando la calle Arturo Soria esté completa, nos quedaremos con lo que hay dentro, aunque estamos dispuestos a negociar los límites con otras fuerzas”, afirma Rivas.

“Hasta que el poder no estuvo en el barrio, todo lo que no era música no funcionaba”

El localismo es parte de la esencia de un proyecto que arrancó en 2019, cuando Barbosa militaba en un grupo de “versiones punkis, que es donde yo aprendí a tocar la batería. Juampi, el otro fundador, y yo habíamos hablado varias veces de juntarnos para hacer algo. Cuando dejé el grupo quedamos, fuimos al local y justo apareció Álvaro. Le propuse cantar las canciones, fuimos un par de veces, hasta que llegó el Covid”. La postpandemia, afirman, les sirvió para perfilar el proyecto y buscar al resto de componentes en foros de internet. Tras varios vaivenes en la formación, cambios de local y unas primeras maquetas más oscuras cuya grabación recuerdan como “terrorífica, hubo muchas diferencias con gente del grupo que ya no está”, uno de los flyers del grupo que Barbosa repartía a la salida de conciertos acabó en manos de Carlos Elías Caballero, productor (junto a Pablo Fergus) del disco, grabado en La Cafetera: “cuando empezaron a currar con nosotros en abril de 2022, había algo que no me cuadraba: las maquetas no tenían nada que ver con su directo. Luego entendí que la formación había cambiado, así que hicimos las canciones desde cero”, explica el propio Caballero. El productor, coinciden Rivas y Barbosa, ha logrado “que sonemos más parecidos a cómo sonamos en los conciertos. En realidad no somos tan oscuros como esas primeras maquetas”.

Historia, religión y costumbrismo callejero salpican el imaginario lírico de la formación para dar lugar a situaciones distópicas en las que comparan a Cristo con Ramoncín, como ocurre en ‘El rey de los judíos’, versión que hacen del ‘Cosquilleo’ de La Paloma: “cuando presentaron su último disco en El Sol, nos asignaron una canción a diferentes bandas colegas para que la interpretáramos en directo. Nos dieron libertad absoluta, así que cambiamos la letra. Por aquella época me había dado por el Evangelio según San Juan. Lo gracioso, a posteriori, es que Cristo nunca se autodenominó a sí mismo rey de los judíos”, narra Rivas. “Nos dimos cuenta que lo mismo pasaba con Ramoncín; él nunca dijo que era el rey del pollo frito, pero la gente se quedó con eso. Nos gustó la comparación”, añade Barbosa entre risas. Aunque no son creyentes, lo espiritual, confiesan les atrae “más a medida que nos hacemos viejos. La mística mola”. En ‘Westminster’, el tema “más Alcalá Norte de todos”, Rivas se convierte en un predicador calvinista, “recito la confesión de fe de Westminster”, para abordar la relación con el pecado: “el prota sólo pecaba por el morbo de Dios. Va de flipado, pero está absolutamente preso de Calvino”.

La religión convive con la cuestión de clase en ‘La sangre del pobre’, “hablamos del catolicismo pobrista de León Bloy”, pero también con euforia futbolera (los gritos de “no te vayas Ronaldo” en alusión a la marcha de Cristiano Ronaldo del Real Madrid) en ‘Los chavales’, mezcla de castellano, catalán y francés incluida —“la original tenía también euskera”— o el surrealismo de ‘420N’, donde el power ranger verde comparte protagonismo con Franco, José Antonio Primo de Rivera o un obrero que murió en una explosión al fabricar BHO, extracto de cannabis que se elabora con gas butano, “los cuatro murieron un 20-N. Ya teníamos la tontería y luego aprovechamos para criticar el mundial de Catar”, confiesan entre risas. Un batiburrillo de referencias que surgen de los apuntes del propio Rivas: “empecé a cantar letras que Barbosa había hecho para su anterior proyecto, Guarrerías Preciados, y de repente hacían falta más letras, así que lo que tenía a mano era lo que estaba estudiando”.

Su filia por la historia militar reluce en ‘Guerrero marroquí’, basada en un capítulo de A sangre y fuego de Chaves Nogales, “habla de un marroquí que luchó en el valle del Tiétar” o ‘Langemarck’, sangrienta batalla de la Primera Guerra Mundial, “nuestro conflicto bélico favorito”, cuya letra se inspira en Tempestades de acero de Ernst Jünger, héroe de guerra: “esos tíos salían de las trincheras y se encontraban a todos sus amigos mutilados, muertos… Quedaron traumatizados, tuvieron veinte años para digerir esa sensación. Fue el conflicto más bestia de todos”, narra Rivas. Una obsesión por la guerra —“Rivas y yo hablamos a menudo de la destrucción, estamos convencidos de que en algún momento nos va a tocar luchar en el frente”— que también aparece en ‘No llores, Dr G’, una composición que crea una peculiar ironía entre su tierna melodía y el protagonista, el ministro de propaganda nazi Goebbels: “era un acomplejado y aspiraba a modelar un nuevo molde de nombre germánico, miraba y veía hileras de personas con su mismo aspecto. Queríamos reflexionar sobre el narcisismo. Luego recordé que Leonard Cohen tiene un poema sobre Goebbels en el que dice “joins the party”, que en inglés tiene esa doble lectura que me pareció curiosa”, afirma Rivas.

En la mitología alcalanorteña, Ciudali se convierte en el Olimpo, hogar de algunos dioses como Dioniso, divinidad asociada a la fertilidad y el vino. Allí, en ‘La Calle Elfo’, tiene un ático al que baja “desde Guadarrama, donde vive, para dar un paseo por el barrio. Coge a peña y les sube al ático porque necesita salir de fiesta de vez en cuando. Eurípides me lo ha contado”, apunta Rivas. Antonio Alcántara es otro de los héroes del grupo, referente a la hora de concebir ‘La vida cañón’, una epopeya de barrio que condensa las ilusiones de la clase trabajadora: “soy un flipado de Cuéntame, he visto once veces las cuatro primeras temporadas. Sigo varias páginas de Facebook del Madrid antiguo y encontré una viñeta en un dominical, Mundo Gráfico de 1935, que me dio mucha ternura. Preguntaban a un paisano de una corrala de Lavapiés qué haría si le tocaba el Gordo de Navidad. Respondía que compraría un mantón para su señora, un tendido en Las Ventas, butaca en el teatro… La vida cañón es eso, tu tranquilidad, tu viajecito a Burgos”, explica Barbosa. La composición, que ya se ha erigido como uno de los himnos del grupo, es uno de los temas que más ha cambiado desde su origen: “sonaba a rock de gasolinera y decidí llevarlo por el sonido Manchester, los Stone Roses, que sabía que tenían muy presentes”, cuenta Carlos Elías Caballero.

Algunos comercios tradicionales resisten. Los bares “de siempre” se llenan los fines de semana. Los chavales de Las Colmenas aún bajan a jugar al fútbol. El puente de Ventas conecta esas aspiraciones humildes con la grandilocuencia impostada de la almendra central. Debajo, los coches pasan por la M-30 como sueños escurridizos. El barrio ya no es una celda, sino el hogar que cuida de lo auténtico, tal y como lo hacen las canciones Alcalá Norte.