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Townes Van Zandt, el imprescindible contador de historias

La eternidad de una canción (2021), el primer y único relato sobre un cantautor fundamental de la Americana

 

CON LAS BOTAS PUESTAS | MANOLO FERNÁNDEZ

Townes era el nombre de soltera de su madre y, también, una gran zona de Texas. La Escuela de Derecho de la Universidad de ese estado se llama Townes Hall. Existe también un Van Zandt County. Todo esto viene a cuento porque he querido que mi primera aparición en FREE ROCKIN’ fuera para escribir sobre  Townes Van Zandt.

Había nacido en Fort Worth, Texas, donde su padre se dedicaba al negocio del petróleo. Allí vivió hasta los 8 años, en que marcharon a Midland, Montana, Boulder, vuelta a su estado natal y, de nuevo, la continuación de una vida itinerante por Illinois, Colorado, Tennessee y Nueva York. Posiblemente, este estilo de vida fue de gran ayuda para su carrera como compositor. Townes Van Zandt era un tejano de nacimiento, pero un viajero por naturaleza y ambas cosas marcaron el desarrollo de su actividad artística.

Ver la actuación de Elvis Presley en el Ed Sullivan Show le impulsó a tomar la guitarra. Creía que gracias a ese instrumento The King tenía el dinero, los Cadillacs y todas las chicas que uno pudiera imaginar. El blues le parecía demasiado viejo, pero era algo diferente a lo que escuchaba en la radio, de tal manera que Lightnin’ Hopkins tuvo una gran importancia en su forma de tocar. De igual manera, el descubrimiento de Dylan con The Times They Are A‑Changing le hizo buscar canciones que dijeran algo. Por aquella época se encontraba en Houston, Texas, realizando sus primeras actuaciones en el circuito del folk y subiendo a los escenarios de clubes como Sand Mountain o el Old Quarter (donde grabó uno de sus más brillantes discos de 1973). Allí encontró a cantautores de la categoría de Guy Clark –amigo y compañero en multitud de andanzas musicales- y a Jerry Jeff Walker. Junto a Lightnin’ Hopkins, fueron vitales para él.

“Refleja situaciones reales de la gente normal que se producen en lugares no ficticios, como la propia vida”

Otro compositor tejano, Mickey Newbury, vio a Townes en una de aquellas apariciones en directo y le animó a trasladarse a Nashville para grabar sus canciones con Jack Clement de productor. Esas sesiones dieron origen a finales de 1968 al primero de sus álbumes, For The Sake Of The Song, editado por Poppy Records, producido por Clement y Jim Malloy, y convertido en un disco esencial para todos aquellos interesados en los cantautores contemporáneos. Allí estaba incluida una de sus primitivas composiciones, ‘Waitin’ Round To Die, que resultaría ser el primero de sus sencillos. Como todas las suyas, refleja situaciones reales de la gente normal que se producen en lugares no ficticios, como la propia vida.

 

 

Our Mother The Mountain se editó al año siguiente de su debut. Apareció en solitario y junto a una pequeña banda con un manojo de composiciones llenas de intimismo. Con unos deliciosos arreglos orquestales que contrastan con la idea predeterminada que se tiene de la personalidad de Townes Van Zandt, le encontramos cercano a las formas de Phil Ochs, otro de esos outsiders de la música popular con el que por entonces parecía tener ciertas similitudes, incluso en el aspecto.

Townes Van Zandt era maniaco-depresivo y alcohólico. Elaboró un arsenal de canciones que hoy se consideran obras maestras de la composición estadounidense, aunque es bien cierto que la mayor parte de ellas son conocidas por las versiones de otros. Su música tiene un significado diferente según quien la escuche debido a un estilo camaleónico con las palabras. Kris Kristofferson comentaba que era el cantautor de los cantautores y Steve Earle siempre ha dicho que el tejano era el más grande. A su hijo lo llamó Justin Townes Earle y él mismo grabó un álbum dedicado íntegramente a sus composiciones con el simple título de Townes. Sus mayores fans siempre fueron, y siguen siendo, músicos y autores como él.

 

 

Ahora, por fin, se publica un libro titulado Townes Van Zandt. La eternidad en una canción (2021) que supone el primer y único relato sobre la figura y la música de este personaje fundamental para el desarrollo de la llamada Americana. Álvaro Alonso es un irreductible melómano y atrevido escritor que ya ha profundizado con anterioridad en las personalidades de Gene Clark e Hilario Camacho, aunque en este caso, la historia de Townes Van Zandt está novelada, imaginando, o no, las horas previas a su muerte, el primer día de 1997 en Mt. Juliet, Tennessee, de un aparente ataque cardiaco con 52 años. Una lectura pausada del libro se saborea como el mejor whiskey de Tennessee de la destilería de Lynchburg. Si la banda sonora son sus canciones estamos a punto de alcanzar la perfección.