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Riot Grrrl, el chillido feminista que retumbó sobre los escenarios

EL PUNK FEMINISTA DEL RIOT GRRRL: UNA COMBINACIÓN VALIENTE, REVOLUCIONARIA Y COMBATIVA

 

PALOMA HERNÁNDEZ MATELLANO

1975. El auge de grupos punk surgidos en torno al CBGB, el bar neoyorquino que se convertiría en el emblema de estas bandas, trajo a la industria musical un nuevo concepto de lo que estaba bien. Atrás quedaron las alabanzas a la delicadeza instrumental y los virtuosismos vocales. El punk valoraba al que más gritaba, al que peor tocaba y al que más extravagante sonaba.

El punk brindaba la oportunidad a artistas jóvenes de dar rienda suelta a sus voces, y no solo musicalmente, sino sobre todo socialmente. Se posicionó desde sus inicios como un estilo muy politizado hacia la izquierda, una rebelión de las nuevas generaciones ante una sociedad conservadora y puritana en la que las demandas juveniles no tenían cabida.

Nació de la necesidad de hacerse oír. De una juventud deseosa de salirse del sistema para convertirse en protagonista de una comunidad renovada, integradora y libre. El movimiento punk se cocinó en la cabeza de estudiantes inconformistas, en el anticapitalismo y el anti-belicismo. En las injusticias y las desigualdades. Pero en lugar de manifestarse en pancartas, marchas y protestas, fue la música la que se convirtió en el altavoz de este estallido de conciencia social.

“Fue un movimiento social, y sobre todo cultural, que tradujo los principios feministas en una revolución punk”

Los Ramones encabezaron la rebelión de la suciedad musical, de lo impuro y lo imperfecto. Los Sex Pistols gritaron contra el puritanismo británico, llamaron a la anarquía y propagaron el nihilismo como forma de vida. The Clash emergió como el emblema de la nueva contracultura, como la respuesta juvenil ante una sociedad estancada. Pero, para completar la verdadera revolución, faltaban ellas.

Nacido en Olympia (Washington) en los años noventa, el Riot Grrrl fue un movimiento social, y sobre todo cultural, que tradujo los principios feministas en una revolución punk orquestada por toda clase de manifestaciones artísticas. Exposiciones, fanzines, películas y canciones se convirtieron en el altavoz de una lucha renovada, un feminismo reescrito en clave de éxtasis juvenil que llevaba el arte y la cultura por bandera. “Creemos, con todo nuestro corazón, mente y cuerpo, que las mujeres constituyen una fuerza revolucionaria que de verdad puede cambiar, y cambiará, el mundo”, afirmaban.

Hasta entonces, el rock y más tarde el punk habían barrido a las mujeres de los escenarios. Ellas habían sido condenadas a ser “la que se tira al cantante”, ya fuera la novia, el ligue o la amante. Pero el Riot Grrrl fue ese empoderamiento colectivo que las impulsó a ser ellas mismas el centro de atención. A ser ellas las artistas, las cantantes, las que chillaban y guitarreaban. A ser ellas, por primera vez, las ídolos, las admiradas. “No hemos venido a tener sexo con la banda, nosotras somos la banda”, sentenciaban como lema. Las artistas vinculadas al Riot Grrrl no daban el perfil de quienes habían liderado la lucha feminista anteriormente. No eran académicamente brillantes, ni bien educadas, pero tampoco buscaban serlo: tomaron el nombre de “grrrls” (en lugar de “girls”) precisamente para alejarse de los clásicos estereotipos asociados a la mujer. Hacían la lucha desde el punk, desde la diversión y la rebelión juvenil; desde quienes ellas eran. El sexismo, el acoso y el maltrato eran temas recurrentes en sus canciones. Hablaban de violaciones y de los abusos del patriarcado. Del aborto, el bullying y los trastornos alimenticios derivados de los rígidos cánones a la que se sometía la figura femenina. Exteriorizaban todo aquello que hasta entonces habían tenido que callar, defendiendo su autonomía y su libertad sexual.

Aunque fueron muchas las protagonistas del Riot Grrrl sobre los escenarios, este movimiento de punk feminista siempre llevará la firma de su banda más emblemática: Bikini Kill. Nacido en Olympia en 1990, el grupo surgió tras un encuentro entre su líder, Kathleen Hanna, y la escritora y activista Kathy Acker. Con la esperanza de encontrar en una banda punk femenina el mejor altavoz para su mensaje, Hanna reunió a Tobi Vail (batería) y Kathi Wilcox (bajista), dos jóvenes estudiantes también muy involucradas en la lucha feminista. Juntas se convertirían en el icono del Riot Grrrl, en el referente de mujer libre, empoderada y dispuesta a dar mucha guerra.

“¡Mujeres al frente!”, gritaban al inicio de sus conciertos, animando a las chicas asistentes a dar un paso al frente y situarse en primera fila, no solo en la sala, sino en la vida en general. Los directos de Bikini Kill eran incendiarios y provocativos: las artistas cubrían sus cuerpos con palabras como bitch (puta) y slut (zorra) para protestar contra los estereotipos machistas, llamaban a la rebelión femenina entre gritos y aplausos, y acostumbraban a pasar el micrófono entre las asistentes para que compartiesen sus historias de abusos sexuales y discriminación. Más allá de la música, las allí presentes formaban una comunidad de mujeres libres y hermanadas.

Con un estilo punk llevado al extremo y la voz desgarrada de Kathleen Hanna, las canciones de Bikini Kill eran auténticos himnos del Riot Grrrl. Hablaban sobre abuso y machismo, sobre sororidad y placer sexual femenino. ‘Rebel Girl’, su tema más célebre, se reproducía en todas las concentraciones feministas y fue el origen de infinitud de lemas de estas protestas. “Cuando ella habla, oigo la revolución / En sus besos, saboreo la revolución”, coreaban las jóvenes a pleno pulmón.

Bratmobile fue la otra gran banda del Riot Grrrl. Con Allison Wolfe en la voz, Molly Neuman a la batería y Erin Smith en la guitarra, el grupo siguió la senda encabezada por Bikini Kill y promulgó su activismo feminista a través del punk más rebelde y los fanzines más llamativos. Wolfe sabía de primera mano lo que era sufrir abuso sexual, las dificultades de declararse abiertamente lesbiana y los estereotipos que recaían sobre la mujer artista. Sin tapujos, decidió reivindicar su historia, y la de muchas otras, gritándosela al mundo a través de canciones.

Bikini Kill, Bratmobile y otras bandas del Riot Grrrl como L7 y Heavens to Betsy nunca fueron superventas ni llenaron grandes estadios. No eran foco de la atención mediática, sino más bien de críticas e injurias. Sin embargo, se convirtieron en la voz de muchas. Reformularon la lucha feminista para liberarla de estereotipos y abrirla a todas las mujeres, sin importar su edad, raza, nivel educativo u orientación sexual. Su filosofía punk sigue aún presente en manifestaciones y protestas, y su ejemplo en el mundo de la música fue recogido por innumerables bandas revolucionarias que van desde Dover y las Vulpes, en España, hasta las Pussy Riot, en Rusia. Con un chillido feminista que retumbaba sobre los escenarios, el Riot Grrrl fue el himno de las que nunca habían gritado.